Arrancar con el embrague pisado

Arrancar con el embrague pisado, ¿sí o no? Respuesta obvia: Sí, por si acaso nos hemos dejado una marcha puesta. Respuesta un poco más elaborada: Sí, para evitar perjuicios en el motor de arranque y en la batería. Quizá lo primero sea definir qué elementos entran en juego a la hora de poner en marcha el motor de un coche y lo segundo definir cómo actúa el embrague en este proceso. De esta forma seguramente todo quedará bastante claro. Normalmente en un coche encontramos un motor, que es un chisme que transforma carburante en movimiento circular. Ese movimiento se transmite hacia las ruedas, que en contacto con el asfalto transforman el movimiento circular en el desplazamiento del vehículo. A fin de conseguir la potencia necesaria para mover el vehículo, a la salida del motor encontramos un juego de engranajes que solemos llamar caja de cambios entre relaciones de velocidad, vulgo “las marchas”. Y para que no se dañen los engranajes de la caja de cambios, cada vez que pasamos de una marcha a otra usamos el embrague, que básicamente es un conjunto formado por dos platos que interrumpe o transmite el movimiento del motor a la caja de cambios y, de esta, a las ruedas. Antes de centrarnos en el papel del embrague al arrancar el motor, pongámonos en situación. Lo que hace que se encienda el motor térmico (es decir, el motor del coche) es un motorcillo eléctrico que conectamos cuando accionamos la llave o el botón de arranque del vehículo y que normalmente llamamos, curiosamente, motor de arranque. Ese motorcillo se acopla momentáneamente al volante de inercia, que es el plato que está siempre conectado al motor térmico del coche y contra el que actúa el embrague. ¿Que cómo se acopla el motor de arranque al volante de inercia? Pues engranándose en la corona del volante de inercia, que para eso es dentada. Al rodar el motor de arranque, su movimiento hace que empiece a girar el volante de inercia, con lo que se inicia el ciclo del motor térmico, entra el aire y el carburante en los cilindros y comienza el festival de la combustión o la explosión, dependiendo de si empleamos gasóleo o gasolina. Justo en ese momento, soltamos la llave (o en el caso de encendido mediante botón, se interrumpe la alimentación del circuito eléctrico) y el motor de arranque se desacopla de la corona del volante de inercia. Como es lógico, un motor de arranque tiene la capacidad suficiente para poner en marcha el motor térmico, pero someterlo a un esfuerzo mayor de lo necesario puede ocasionar no sólo su fatiga sino también un consumo innecesario de la energía eléctrica que sale de la batería. Un ejemplo de consumo innecesario lo tendríamos cuando el motor térmico no arranca a la primera. En este caso, nunca debemos mantener el motor de arranque por más de 4 segundos. Si pasado ese tiempo no conseguimos que el motor se ponga en marcha, esperaremos 15 o 20 segundos más antes de volver a intentarlo. Así daremos tiempo a la batería para que se recupere un poco antes del nuevo intento. Entonces, ¿cómo influye el uso del embrague al poner el motor en marcha? Sencillo. Si no accionamos el pedal del embrague, sometemos al motor de arranque a un esfuerzo innecesario. ¿Cuál? Arrastrar los engranajes del eje primario de la caja de cambios. Y eso es así porque aunque no tengamos ninguna marcha puesta, aunque tengamos la palanca en punto muerto, con el embrague acoplado el movimiento del motor llega hasta el eje de entrada de la caja de cambios. Eso, con el motor frío, es un problema, ya que el aceite en que se bañan los engranajes de la caja de cambios, la valvulina, es extremadamente denso, por lo que arrancar en frío removiendo ese aceite con el motor eléctrico es un esfuerzo considerable del que podemos prescindir. Basta con pisar el embrague hasta que el motor se haya puesto en marcha, luego lo soltamos y ya está.
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